no debían preocuparse de resolver los problemas del mundo sino de perfeccionarse
a sí mismos. A la luz de tan extraña teología, resulta que fue totalmente
inadecuada la actuación del buen samaritano de la parábola de Jesús; aquel
insensato se dedicó a resolver un problema con el que se encontró en el mundo, en
vez de proceder a su personal santificación acudiendo al templo igual que el
sacerdote y el levita que iban delante de él.
La enseñanza que quiere impartir el sector dominante de la jerarquía eclesial no
nos informa de que en el mundo actual el desgraciado de la parábola del buen
samaritano, al que los ladrones le dejaron medio muerto, son los pueblos oprimidos
y expoliados por el imperialismo, las víctimas de la desigualdad que genera esta
sociedad capitalista, los que pierden su puesto de trabajo, o no consiguieron
tenerlo nunca, los que sólo consiguen contratos basura, los que pierden su vivienda
por no poder pagar la hipoteca y tienen que vivir en la calle, o en las chabolas de la
Cañada Real y sitios similares, los inmigrantes que se estrellan contra vallas de
concertinas o muros de cemento, los “clandestinos”, sin papeles, sin derecho a la
sanidad pública, y sin trabajo o dedicados a malvivir con trabajos inclasificables a
medio camino entre la semiesclavitud y la delincuencia, el “top-manta” y
prostitución no voluntaria, las mujeres maltratadas y las postergadas en la sociedad
y en la Iglesia por el solo hecho de ser mujeres, las víctimas de la discriminación
racial y los que son marginados por pertenecer a algún colectivo de diferentes que
se quiere rechazar, las víctimas de la pederastia y cualquier otro tipo de abusos… Y
los ladrones de la mencionada parábola son las potencias imperialistas, las clases
dominantes, los dueños del mercado… Y ¿quienes son en nuestra sociedad, el
sacerdote y levita de la parábola? Son los estamentos religiosos que están
cómodamente instalados en este injusto sistema capitalista y hacen lo posible para
que no sea cambiado. Sabido es que la Iglesia en nuestro país fue generosamente
recompensada por medio del sistema de las inmatriculaciones por el servicio que le
presta a la clase dominante como factor de influencia ideológica sobre gran parte
de la población. Somos también nosotros si acudimos al templo a nuestra devoción
personal y nos olvidamos de las víctimas antes mencionadas, y salimos del culto
con la sensación de haber cumplido un precepto de la Iglesia, pero no hacemos
nada por mejorar esta sociedad, y apoyamos políticamente, con nuestro voto, a
quienes quieren conservar el sistema tal como es.
Jesús nos llama a comportarnos como el buen samaritano, ocuparnos del prójimo y
sus problemas, aplicarnos a mejorar este mundo para hacerlo avanzar hacia la
realización de su proyecto del Reino de Dios. Pero en algunas parroquias que
conozco se imparte una enseñanza que contradice lo que enseña el Evangelio. Se
fomenta una devoción personal, individual, que ignora al prójimo. Hace varias
semanas, cuando el Papa Francisco se encontraba visitando el centro de recepción
de inmigrantes de Lampedusa y hacía un llamamiento al mundo para
concienciarnos sobre la problemática de la inmigración, en la homilía de la misa de
la parroquia de La Resurrección se exponía una extraña teología según la cual lo
que Jesús quiere es tener una relación personal, individual, con cada uno de
nosotros. Se decía algo así como:
Si en el mundo no existiesen más personas
que tú solo, Jesús habría venido igualmente a morir por salvarte a ti
personalmente
. Parece una teología inocente, pero no lo es; porta dentro de sí,
subliminalmente, la idea inaceptable de que lo esencial es la relación personal,
individual, de cada persona con Jesús. El supuesto de una persona sola en el