CARTA DIRIGIDA AL
Sr. Párroco de La Resurrección (Gijón)
Se supone que la Iglesia se encuentra ahora en un proceso sinodal cuyo tema es
precisamente la Sinodalidad, es decir la puesta en cuestión o tela de juicio del
carácter esencialmente jerárquico y autoritario de la estructura eclesial. Tal tema y
su traslación a la base eclesial, e incluso a personal ajeno a la Iglesia, es una
novedad extraordinaria que rompe con una práctica eclesial, restrictiva y elitista, de
más de 17 siglos de antigüedad. Pues bien, en las ocasiones en las que asistí a
misa en la Parroquia de la Resurrección no oí ni una sola palabra sobre ese tema, y
lo mismo se puede decir de otras parroquias de Gijón y de la diócesis de Asturias;
¿quizá también del resto de España? Si no existiese Internet, ni nos habríamos
enterado de que tal proceso sinodal existe. Incluso lo poco que la diócesis publicó
sobre este tema lo conocí por Internet, no por las parroquias.
Para ser exactos, se supo que el día 11 de diciembre tuvo lugar en un templo de
Gijón una asamblea para informar sobre ese Sínodo. Quienes no pudimos asistir
ese día nos quedamos sin saber si la cosa tuvo alguna transcendencia, si va a
haber más reuniones en las parroquias, cómo hacer aportaciones al proceso, etc.
Es decir, la Iglesia asturiana no está fomentando la participación en ese proceso.
Lo poco hecho hasta ahora, sin especial publicidad, parece no tener más finalidad
que la de cumplir formalmente con la convocatoria del proceso, pero sin animar a
la feligresía a su participación. Es como si desde las altas instancias de la jerarquía
se pretendiese que todo siga igual y no se cuestione el sistema jerárquico, que los
miembros laicos de la Iglesia sigan en el estado de minoría de edad en el que se
encuentran desde el siglo IV.
Pero en lo que se refiere a la práctica eclesial en general, y concretamente en su
parroquia, la cosa es más grave. Si asisto a misa a ese y otros templos es para
cumplir el mandato de Jesús, el cual dijo, en la Cena en la que instituyó la
Eucaristía:
Haced esto muchas veces en memoria mía
. Pues bien, uno busca
en esos sitios la comunidad de seguidores de Jesús y lo que encuentra son
dispensarios de servicios religiosos. No existe tal comunidad parroquial, la
comunidad existe si la gente que la constituye se relaciona, interactúa, y el marco
de esa relación debe ser precisamente la celebración eucarística, pero la misa es
otra cosa: allí no hay relación comunitaria. Desde hace 17 siglos sólo el celebrante
habla allí. Es decir, la existencia de un miembro de la estructura jerárquica de la
Iglesia, el párroco, sacerdote… que es el único que oficia y habla allí, mata o sofoca
el espíritu comunitario que pueda haber en el colectivo que asiste al culto.
Concretamente en la parroquia de La Resurrección últimamente tuve que
reprimir varias veces el deseo de interrumpir al predicador de la homilía cuando
decía cosas que me escandalizaban. Pero parece que no procede hacer ese tipo de
interrupciones; se podrían interpretar por parte de un personal acostumbrado
recibir en silencio cualquier cosa que se le diga desde el presbiterio como un acto
de hostilidad contra la institución. En una de esas homilías, el predicador soltó la
enormidad de que los cristianos, para alcanzar la santidad a la que están llamados,
no debían preocuparse de resolver los problemas del mundo sino de perfeccionarse
a mismos. A la luz de tan extraña teología, resulta que fue totalmente
inadecuada la actuación del buen samaritano de la parábola de Jesús; aquel
insensato se dedicó a resolver un problema con el que se encontró en el mundo, en
vez de proceder a su personal santificación acudiendo al templo igual que el
sacerdote y el levita que iban delante de él.
La enseñanza que quiere impartir el sector dominante de la jerarquía eclesial no
nos informa de que en el mundo actual el desgraciado de la parábola del buen
samaritano, al que los ladrones le dejaron medio muerto, son los pueblos oprimidos
y expoliados por el imperialismo, las víctimas de la desigualdad que genera esta
sociedad capitalista, los que pierden su puesto de trabajo, o no consiguieron
tenerlo nunca, los que sólo consiguen contratos basura, los que pierden su vivienda
por no poder pagar la hipoteca y tienen que vivir en la calle, o en las chabolas de la
Cañada Real y sitios similares, los inmigrantes que se estrellan contra vallas de
concertinas o muros de cemento, los “clandestinos”, sin papeles, sin derecho a la
sanidad pública, y sin trabajo o dedicados a malvivir con trabajos inclasificables a
medio camino entre la semiesclavitud y la delincuencia, el “top-manta” y
prostitución no voluntaria, las mujeres maltratadas y las postergadas en la sociedad
y en la Iglesia por el solo hecho de ser mujeres, las víctimas de la discriminación
racial y los que son marginados por pertenecer a algún colectivo de diferentes que
se quiere rechazar, las víctimas de la pederastia y cualquier otro tipo de abusos Y
los ladrones de la mencionada parábola son las potencias imperialistas, las clases
dominantes, los dueños del mercado… Y ¿quienes son en nuestra sociedad, el
sacerdote y levita de la parábola? Son los estamentos religiosos que están
cómodamente instalados en este injusto sistema capitalista y hacen lo posible para
que no sea cambiado. Sabido es que la Iglesia en nuestro país fue generosamente
recompensada por medio del sistema de las inmatriculaciones por el servicio que le
presta a la clase dominante como factor de influencia ideológica sobre gran parte
de la población. Somos también nosotros si acudimos al templo a nuestra devoción
personal y nos olvidamos de las víctimas antes mencionadas, y salimos del culto
con la sensación de haber cumplido un precepto de la Iglesia, pero no hacemos
nada por mejorar esta sociedad, y apoyamos políticamente, con nuestro voto, a
quienes quieren conservar el sistema tal como es.
Jesús nos llama a comportarnos como el buen samaritano, ocuparnos del prójimo y
sus problemas, aplicarnos a mejorar este mundo para hacerlo avanzar hacia la
realización de su proyecto del Reino de Dios. Pero en algunas parroquias que
conozco se imparte una enseñanza que contradice lo que enseña el Evangelio. Se
fomenta una devoción personal, individual, que ignora al prójimo. Hace varias
semanas, cuando el Papa Francisco se encontraba visitando el centro de recepción
de inmigrantes de Lampedusa y hacía un llamamiento al mundo para
concienciarnos sobre la problemática de la inmigración, en la homilía de la misa de
la parroquia de La Resurrección se exponía una extraña teología según la cual lo
que Jesús quiere es tener una relación personal, individual, con cada uno de
nosotros. Se decía algo así como:
Si en el mundo no existiesen más personas
que solo, Jesús habría venido igualmente a morir por salvarte a ti
personalmente
. Parece una teología inocente, pero no lo es; porta dentro de ,
subliminalmente, la idea inaceptable de que lo esencial es la relación personal,
individual, de cada persona con Jesús. El supuesto de una persona sola en el
mundo es una entelequia; nacemos en una sociedad y dependemos de los demás.
El bien y/o el mal que hagamos en el mundo es el que se relaciona con nuestro
trato con los demás. Y el Jesús del Evangelio así lo comprendía cuan mandaba que
tratásemos a los demás como a nosotros mismos, y que buscásemos el Reino de
Dios y su justicia… todo muy social, muy comunitario, muy colectivo, muy plural…
nada de asuntos personales e individuales. Y valoraba nuestra relación con él en
función de cómo habrá sido nuestra relación con los demás:
Tuve hambre y (no)
me disteis de comer
etc. Y en la oración del Padre Nuestro que nos enseñó se
dicen cosas como:
venga a nosotros tu Reino
perdónanos nuestras
ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden
, es decir, todo
en la línea de una relación con los demás. El Jesús de la homilía de marras no
hubiese propuesto una oración tan comunitaria y colectiva como esa. Si realmente
persiguiese una relación personal, individual con cada uno, como pretendía el
mencionado predicador, la oración propuesta por Jesús comenzaría con algo así
como:
Jesusito de mi vida
Digámoslo claramente, ese tipo de teología pretende desmovilizar a la gente, hacer
que las personas, los cristianos, no se dediquen a construir un mundo mejor, sino a
sus rezos privados, personales. Es un servicio que se hace a los dominadores de
este sistema, hacer que la gente se dedique a mirar al cielo y rezar por su salvación
personal y abandone la lucha a favor del prójimo y de un mundo mas justo. Este
tipo de cosas debían de poder decirse, por parte de todos, en las reuniones
comunitarias como la celebraciones eucarísticas y otras. La Iglesia no tiene cauces
para que las opiniones de la gente fluyan hacia arriba en la escala jerárquica. El
magisterio eclesial se autoasignó la función de decidir todo. En teoría, el actual
proceso sinodal pretende encarar este problema y buscar formas para resolverlo,
pero ya vemos cómo se está torpedeando en nuestra diócesis la participación del
laicado en este proceso. Me pregunto cuánta gente en estas parroquias de Gijón
saben de qué va este asunto del Sínodo de la Sinodalidad.
Faustino Castaño
Enero 2022